28 mar 2012

Póker de Ases


--- Capítulo II

El barrio no era un sitio malo, al contrario, era tranquilo, apacible, casi podría decirse que era aburrido. La brigada se dio cuenta; era el clásico barrio de mujeres mayores cotilleando por fuera del precinto, comentando entre ellas como arpías en celo.

- Ese hombre nunca me dio buena espina.

- Desde luego, seguro que ha sido algo de drogas.

Andrea y Candela se miraron, esperaban que la otra dijera lo que ambas pensaban. La situación se volvió algo cómica, no hubo respuesta.

Candela sacó su paquete de tabaco y extrajo un cigarrillo, la nicotina calmaría los nervios, estaba nerviosa…

A sus 27 años, había intentado dejar de fumar un par de veces, pero no lo había conseguido. Le daba igual que cada cigarro le quitara cinco minutos de vida, total, no estaba interesada en vivir más de la cuenta.

- No deberías fumar tanto, vas a acabar con los pulmones negros.

- El color me da igual, nadie va a mirarlos. –Dio una calada al cigarrillo y miró a su alrededor.

- ¿Qué tal vas? –Andrea se mostraba siempre amable; era el primer trabajo de campo de Candela y sabía que la experiencia que sacara de aquí iba a ser la que valdría para toda la vida.

- Nerviosa. Es como si fuera el primer día de colegio. –Otra calada.

- Todo el mundo tiene la misma sensación, pero te aseguro que no va a ser difícil.

- Lo que no me explico –desviando por primera vez la atención del cigarro para dedicársela a Andrea–, ¿de qué os sirvo yo en la escena del crimen? –Volvió a dar una calada, esta vez larga, soltando el humo despacio.

- Tú eres la psiquiatra. Quiero que recojas los datos de la escena que puedan revelarte algo, que analices la opinión de la gente y, sobre todo, que hables con la chica.

- ¿Qué chica? –Preguntó Candela, acabando de rematar su cigarrillo y tirándolo al suelo.

- La que encontró el cadáver. Está muy nerviosa. Mira a ver qué puedes sacar en claro –Pisó la colilla de Candela para terminar de apagarla.

- Muy bien. ¿Dónde está?

- En el almacén; Juan está con ella.

- De acuerdo, pues entonces, vamos para allá. –Emprendió la marcha, pero a los pocos pasos volvió la mirada– Andrea, ¿vienes o no?

- No; adelántate tú. Esther está abajo con el cadáver, habla con ella; yo después te alcanzo. –Respondió sin mirarla a los ojos, tenía la mirada perdida en la fachada del edificio. – Prefiero mirar lo que hay fuera de la caja antes de abrirla. –Añadió.

Candela se encogió de hombros y susurró algo similar a un “como quieras”, que Andrea no llegó a oír. Se dio la vuelta y caminó cruzando la calle para llegar hasta el bar.

----- Capítulo III

Desde la acera opuesta, Andrea se dedicaba a mirar la fachada del edificio. Era un edificio antiguo, de fachada histórica, probablemente restaurada hace poco.

Sus grandes ojos verdes se clavaron ahora en el tejado. Estaba muy desmejorado, parecía que iba a caer en cualquier momento, el moho había asentado allí su imperio.

Amarillo-verdoso y desvencijado, esos eran sus principales adjetivos. Andrea paseó sus ojos por él. Tenía los andamios alrededor, no habían terminado de reformarlo.

Posó su mirada sobre la azotea, cuatro pisos más abajo había ocurrido un asesinato.

Tenía las manos frías, se las metió en el bolsillo y echó a andar. En el tejado había testigos mudos, las palomas, aquéllas que no salieron volando, las que fueron valientes y se quedaron allí.

Cruzó la calle con la vista fija en un nido que estaba en el andamio, eso indicaba que llevaban bastante tiempo de parada en las obras; le pareció extraño. Se acercó al joven moreno que esperaba cerca del precinto.

- Pablo, quiero que te encargues de pasarme todos lo datos sobre las obras del edificio, las recientes y las antiguas, en un margen de 1 o 2 años. Ah, y consigue también los datos de la fontanería, la electricidad, la estructura, planos originales y todo lo que puedas conseguir del edificio.

- Te los traeré en cuanto pueda. –Contestó el joven apuntando en una libreta.

- No, cuando puedas no, los quiero ya –La última palabra salió de la boca de Andrea despacio, entre dientes, pero con la seriedad de quien ve venir que las cosas se pueden poner feas si se tarda demasiado.

- Bueno, Andrea, es que ahora estoy… –intentó justificarse el muchacho.

- Me da igual lo que estés haciendo ahora, sea lo que sea. Lo que yo te diga es tu prioridad, así que deja de hacer el tonto y búscame lo que te he pedido. –Andrea interrumpió la justificación de Pablo produciendo un corte similar al que se produce en un dedo por acción de un folio, limpio.

- Pero…

- ¡Es una orden! –Sentenció Andrea con gesto severo. El joven suspiró y se fue a la tarea.

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