27 sept 2012

Fotitos, fotitos!!

Señoras y señores! Niños y niñas tápense los ojos, pues les presento las imágenes definitivas de nuestra queridísima Deby en carne y hueso! (y que carnes...)
Si si, ya se lo que estarán pensando: que qué elegancia, la fragilidad e inocencia que desprende, y todas esas cursiladas que aquí no competen. 
Pero en fin, hagamos las presentaciones:
- Deby, señores que ahora comprenden por que siempre te quieren dominar, señores, Deby.




Listo!

Pronto...


Muy pronto, los hijos de la oscuridad volverán a salir de sus guaridas, adormecidos aún por el  sol estival, y se encontraran a las puertas de una de las noches más largas que jamás hayan visto, noches que parecerán semanas, semanas que parecerán años, en las que todo aquello, vivo o no-muerto, no podrá descansar en paz.

Preparaos, hermanos de sangre,  y alzaos para luchar contra aquellos que amenazan lo que más amáis, contra aquellos que no desean más que destruir todo lo que encuentren a su paso. No permitáis que nos quiten lo que es nuestro, nuestros hogares, nuestra gente. No dejéis que la horda de salvajes que se nos avecinan destrocen lo que nos ha costado años levantar en tan solo unos minutos.

Despertad, y uniros en una única misión, pues sólo la unión hace la fuerza, y sólo habrá una oportunidad para salvar la ciudad,  una oportunidad para que la ciudad vuelva a despertar como hasta ahora la conocemos.

(Y esto es lo que pensaría Deby después de muchas horas jugando al wow)

2 may 2012

La noche del ocaso




Del diario de Cassandra Rattengift; extracto nº30 (I)

“El tiempo es demasiado lento para aquellos que esperan... demasiado rápido para aquellos que temen.... demasiado largo para aquellos que sufren.... demasiado corto para aquellos que celebran... pero para aquellos que aman, el tiempo es eterno.”
Henry Van Dyke

La gente dice que el tiempo pasa rápido, que cuando quieres darte cuenta tienes ochenta años y tu vida se está yendo. La gente dice que hay que aprovecharlo, que más tarde te arrepientes de haberlo tirado. La gente dice que el tiempo es un parpadeo en el universo… Pero la gente se equivoca en eso, igual que se equivoca en todo.

Hoy he vivido los siete segundos más largos de toda mi vida. Los siete segundos más agónicos que habría podido imaginar. A veces la realidad supera a la ficción, o eso cuentan.

La noche estaba cerrada sobre nuestras cabezas. El único sonido perceptible era el traqueteo del tren, es curioso lo suave que parecía desde dentro. Alguna que otra partida de ajedrez, sin demasiado interés por mi parte, debo admitir. Sabía que Mark lo estaba haciendo por mí y, aún así, no fui capaz de dedicarle ni una sola palabra amable.
Me sermoneaba sobre la importancia de mi cargo, la responsabilidad que conlleva una primogenitura, la apremiante necesidad de sacar carácter que tengo. Una y otra vez sus picotazos impactaban contra un caparazón vacío. Yo no estaba allí.

Yo estaba en otros dos lugares:
El corazón en el hotel con Cecilia. Abrazado a ella, pequeño y enrojecido bajo sus dulces besos. Calentito entre sus manos. Sonriente, divertido, ilusionado. Aferrado a la esperanza, a la certeza de que las cosas sólo pueden ir a mejor, a la certeza de que todo es posible. Acogiéndose al derecho inalienable a la felicidad.

“Si tu peux le rêver, alors tu peux le faire”
(Si puedes soñarlo, puedes hacerlo)

El alma “en casa” con Alexandra. Pequeña y pálida bajo mi manto. Fría al tacto. Triste, gris, defraudada. Perdiéndose en el abandono, en la certeza de que las cosas sólo pueden ir a peor, en la certeza de que todo es un error. Acogiéndose al veneno de la dejadez.

“Froide est la douleur de croir que la chaleur ne reviendra à jamais”
(Frío es el dolor de pensar que el calor no volverá nunca)




De vuelta al mundo real, noto mi clavícula hacerse añicos bajo el peso del tren. Puedo sentir el instante exacto en el que cada uno de mis huesos se fragmenta. Mi carne se abre, ardiendo. Las ruedas de la máquina cercenan mi brazo. Arrancado de cuajo, atravesado mi hombro. El estridente sonido del tren queda relegado a un susurro bajo mis gritos. Las esquirlas de mi maltrecho sistema óseo saltan por los aires. Me reduzco a una masa ingente y sanguinolenta. Pronto mi pecho, mi cadera y mi pierna derecha sufren la misma suerte. El corazón contrito mientras la máquina me secciona célula a célula.

Durante siete segundos, el tren pasa a escasos cinco centímetros de mi cabeza. El viento espoleado por sus ruedas acaricia mi cara riéndose de mí. Amenazando en su cercanía. Toda mi vida y toda mi muerte pasan ante mis ojos a la misma velocidad que la locomotora. Mi propia voz resulta ensordecedora. Un último grito de dolor. Un último estertor con la última pisada de la máquina… Después el silencio. Y la agonía.

Decía Descartes que era imposible distinguir el sueño de la vigilia, razón número dos por la que dudar. Cuánta razón veo ahora en las palabras de mi paisano. Tirada de bruces en el suelo del túnel, con medio cuerpo desprendido, observo el techo… Y los segundos pasan como largas horas. No sé si estoy no-viva, si ya he muerto del todo… A instantes los ojos se me cierran, a instantes recupero la frágil conciencia. Ni siquiera intento arrastrarme, el mundo entero parece ir a cámara lenta. No me responde la pierna, ni el brazo. Ni siquiera los oídos parecen estar ahí. Las heridas me abrasan la poca carne que me queda. La cabeza se me va, la vista se nubla. El día amanece…

Cassandra Rattengift

23 abr 2012

Poker de Ases


--------- Capítulo V

Sobre una mesa improvisada, hecha con el capó del coche de Andrea, se extendían libros de contabilidad del edificio, informes de obras públicas, permisos de obras del ayuntamiento, informes y facturas varias de electricidad y fontanería, datos y fichas de la estructura, presupuestos de las obras, planos de la arquitectura…

-          No entiendo, Andrea, ¿qué esperas encontrar?
-          Quiero saber por qué esas obras llevan paralizadas tanto tiempo; quiero saber si hay algún tipo de defecto en el edificio, alguna tara en la estructura o en la fachada o donde sea.
-          ¿Y no es más fácil preguntárselo al arquitecto?
-          Pablo, el edificio es de 1870, no creo que el arquitecto vaya a colaborar. A ver, pásame los de fontanería.
-          Toma, creo que son estos. Es inútil, Andrea, aquí no hay nada. Tú lo has dicho, el edificio es del año la pera, si ha aguantado tanto tiempo sin caerse es que está perfecto.
-          La fontanería también está bien. No creas, lo han reformado en muchas ocasiones.

La palabra ocasiones apenas si terminó de salir de la boca de Andrea cuando uno de los policías que estaba con Juan tiró del hombro de la inspectora hacia atrás.

-          Inspectora, el comisario la requiere en el almacén, creo que no…
-          Ya le he mandado a Candela; quiero que ella se encargue de la chica.
-          Sí, pero es que dice que…
-          Me da igual. Vas y le dices que aquí arriba también hay trabajo, que Candela es la mejor profesional que tenemos para los interrogatorios y que deje que ella haga lo que crea conveniente.

El policía se fue; por su aspecto parecía estar repasando todo lo que había intentado decir.

-          ¿Por qué no le has dejado que se explique?
-          Porque sé lo que quiere Juan –dándole varios papeles a Pablo. – No se fía de Candela, pero me da igual. Ya tendremos bronca al llegar a la comisaría, eso es lo de menos.
-          Por lo menos no soy el único al que cortas –bromeó Pablo.
-          No me gusta que me den excusas tontas, las cosas conmigo o se hacen bien o se hacen bien, tú eliges. Dame esa ficha de la estructura.
-          Toma. Ya, pero podrías ser un poco…
-          Cuando hagas bien tu trabajo, lo entenderás. –Dio un nuevo corte limpio a Pablo.
-          ¿Está diciendo que yo no hago bien mí…?
-          No digo que lo hagas mal ni bien, simplemente, no lo haces, la prueba es que me has hecho perder antes tres minutos de investigación intentando justificarte.
-          Sí. –Aceptando los designios de la inspectora.
-          Mira esto, la contabilidad está toda patas arriba. –Le enseñó los papeles.
-          Sí, parece que hacen más cuentas de lo necesario. A lo mejor en los libros de contabilidad de la comunidad se refleja algo.
-          Bien pensado, buscaremos algo por ahí. Vamos a poner esto a parte –Andrea apuntó algo en una libreta y sonrió a Pablo por primera vez.
-          Puedo encargarme de buscarlos. –Cogiendo carrerilla.
-          Estupendo. –Volvió a sonreír, Pablo empezaba a trabajar.
-          Mira, aquí se refleja que todo el edificio pertenece a un solo hombre. Antonio Villa.
-          Sí y es extraño. Tiene todo el edificio de alquiler incluyendo el bar. Tiene que ganar dinero. –Dijo Andrea; empezaba a quedarse pensativa.
-          Mucho dinero.
-          Sí, por eso me extraña. Con tanto dinero, ¿por qué dejar paradas unas obras a la mitad? ¿Por qué no suspenderlas o no haberlas empezado?
-          A lo mejor es lo que dices, algún fallo o algo extraño... –Pablo se encogió de hombros.
-          Sí, pero lo lógico sería suspenderlas en ese caso.
-          Quizás ponga algo en los papeles si buscamos. A lo mejor esperaban arreglar el fallo o lo que fuera.
-          Sí, pero aquí hay demasiados papeles. Vamos a ver, Pablo, diles a los demás que vayan terminando, nos trasladamos a comisaría; que dejen el precinto puesto y quiero dos o tres policías de guardia, no quiero que nadie entre en el bar sin mi consentimiento.
-          Bueno, pero el bar no es una cosa que sea…
-          Pablo, te he dicho que no quiero a nadie dentro sin mi permiso y, escúchame bien y entiende, que si digo sin mi permiso quiero decir que para entrar por las ventanas el viento va a tener que hablar conmigo primero. ¿Lo has entendido?
-          Sí, sí.
-          Pues avisa a los demás, por favor. –Terminó Andrea más flexible y tranquila, afloró al final una pequeña sonrisa.

Pablo asintió y se fue. Comenzaba a conocer un poco a Andrea, comprendía que si hacías bien tu trabajo, ella te trataría bien, si la hacías perder el tiempo, tú perderías la capacidad de hablar con ella. No quiso pensar en lo que perdería si lo hacía mal.

31 mar 2012

Póker de Ases


----- Capítulo IV

Candela terminó de bajar por la improvisada rampa que había sobre las escaleras, si es que a poner dos tablones de madera juntos se le puede llamar formar una rampa. Buscó en la tenue luz que había allí abajo. Las ruedas de la silla de Esther chirriaron y ella apareció en el campo de visión de Candela. Esther, desde su mermada altura, analizaba la mesa de billar meticulosamente, no podía escaparse ningún detalle, analizaba y apuntaba, analizaba y apuntaba; Candela se fijó, tenía la libreta llena de garabatos y fórmulas, que sólo ella conocía, y de abreviaturas ininteligibles.

- Bienvenida a un trabajo fuera de comisaría. Esto se llama “escena del crimen” y es el lugar en el que se supone ocurrió el asesinato. –Bromeó. Esther siempre bromeaba.

- Sigues tan poco graciosa como siempre; olvídalo, no te van a coger en El club de la comedia. –Sacó un cigarro.

- Bueno, al menos había que intentarlo. –Sonrió como siempre y, sin cambiar la sonrisa, añadió – Y aquí no se puede fumar. –Le quitó el cigarro y lo echó en una bolsita de plástico; se guardó la bolsa. – Podrías dar pie a pruebas falsas.

- Me va gustando menos esto de salir de excursión. –Le sonrió a Esther. No hacía falta explicar que entre ellas las bromas, los sarcasmos y las ironías estaban garantizados, eso sí, siempre con un cariño especial, escondido en algún rincón de las dos.

Candela se aproximó a la mesa de billar y observó el cadáver. Nunca había visto un cadáver así, normalmente los veía en fotos o después de la autopsia. Se perdió mirando la boca llena de fichas de aquel hombre. Qué habría llevado a alguien a hacer aquello; ése era su trabajo: averiguarlo, pero…

Paseó sus ojos por el cuello roto de la víctima y un escalofrío recorrió su espalda cuando se fijó en las extremidades, estaban clavadas, clavadas a unas troneras.

En un momento se sintió superada por ella misma. Sabía que la mente a veces es inimaginablemente compleja, cruel, insensible, sí, lo sabía muy bien, pero esto sobrepasaba sus expectativas; imaginarse una mente así no era fácil, perderse en esos pensamientos era hundirse en un mar de alquitrán ardiendo. Imaginó una gráfica, comparó los niveles y otro escalofrío la volvió a sacudir. No podía ahondar más en esa mente, tenía que salir, no imaginaba a alguien así. No podía, la sensación de odio, de repulsión o tal vez de impotencia... Ni siquiera ella sabía qué era, pero la sobrepasaba. Se llevó las manos a su nuca y se quedó observando en silencio, sintiendo cómo la tierra firme de su mente se iba hundiendo en la perversión y la crueldad de un genio.

No pudo evitarlo; en cierto momento no pudo evitar sentir una especie de admiración, una extraña fascinación por la mente que hubiera ideado aquello, un cierto regusto morboso que subió a sus mejillas en forma de rubor. Esto iba a darle mucho que pensar.

Porque, que algo no sea agradable, no quiere decir que no sea asunto para una mente más elevada, pensó. Pero esto no era lo mismo, esta mente no era de un genio, era de un enfermo, un demonio escuálido y sin entrañas. Se perdió en el cadáver y en su propia fascinación.

- ¿Quién….?

- Ésa es la pregunta que nos hacemos todos. Siempre la misma pregunta. –Esther lograba mantener la dulzura. – Sé que es la primera vez que ves así las cosas, pero no puedes quedarte aquí parada, Juan te está esperando en el almacén.

- Vale, voy para allá. –Candela tan solo logró medio susurrar esto. Hizo acopio de fuerzas inexistentes y se dirigió al almacén. – Por aquí, ¿verdad?

- Sí, por ahí. –Esther sonrió de nuevo. Había que reconocer que tenerla en el equipo era para Candela una suerte, siempre daba la sonrisa necesaria. Candela llegó a pensar que en algún lugar tendría una lista enumerada de sonrisas y gestos para cada ocasión en que los necesitara.

Llegó al almacén, Juan estaba de pie con otros dos policías y la joven sentada en unas cajas de bebida.

- ¿Qué haces tú aquí? Creí que Andrea se tenía que encargar de esto.

- Hola a ti también, Juan, me encanta ver que sigues tan agradable como siempre. Andrea me ha mandado a hablar con la chica, así que sal con estos dos hombres de aquí.

- Yo me quedo.

- ¿Para qué?

- Es una orden.

- No estoy incumpliendo nada, sólo pregunto el motivo por… –el ánimo de Candela se estaba ofuscando por momentos.

- Es una orden, no tengo que darte explicaciones. – Cortó Juan. – Hagan el favor de esperar fuera, señores, y que alguien traiga a Andrea. –Ordenó dirigiéndose a los policías.

Candela abrió la boca para replicar algo, seguramente en un mal tono, pero un sollozo de la chica la interrumpió. Dirigió sus globos azules hacia el pequeño y encogido ser que estaba sentado sobre las cajas, respiró hondo y volvió la mirada a Juan esperando la luz verde. Juan asintió.

- ¿Cómo te llamas?

- Se llama Daniela Casares…

- Se lo he preguntado ella. – Cortó secamente, volvió la vista hacia Daniela. La chica sollozaba y se revolvía nerviosamente. – Soy la subinspectora Candela Jiménez, de la brigada de homicidios. Comprendo que estés nerviosa, pero tengo que hacerte un par de preguntas. –Adoptando un tono tranquilo, casi neutro, encendiendo al mismo tiempo la grabadora que llevaba en el bolsillo.

- Yo, yo, no… -Daniela sólo acertaba a tientas con algunos monosílabos, no salía nada útil de su boca.

- Tranquila. Comprendemos que esto no es fácil, pero tienes que respondernos con todo lo que sepas. –Se situó frete a ella para mirarla a los ojos.

- Subinspectora…–Juan avisó con una mirada estricta a la psicóloga. Candela asintió a regañadientes y recuperó la compostura.

- Yo había quedado con él y… y cuando llegué… él… él estaba…. –La chica volvió a romper a llorar.

Candela sacó un pañuelo de su chaqueta y se lo ofreció.

- Toma. ¿Qué relación mantenías con él? –En un tono más aséptico.

La chica lloró de nuevo; estaba nerviosa.

- Éramos amigos. Él... él era el mejor amigo que tenía…

Juan hizo un gesto a Candela; ella recogió el pañuelo y dejó preguntar esta vez a Juan, sin parar de fijarse en cada movimiento que hacía la joven.

28 mar 2012

Póker de Ases


--- Capítulo II

El barrio no era un sitio malo, al contrario, era tranquilo, apacible, casi podría decirse que era aburrido. La brigada se dio cuenta; era el clásico barrio de mujeres mayores cotilleando por fuera del precinto, comentando entre ellas como arpías en celo.

- Ese hombre nunca me dio buena espina.

- Desde luego, seguro que ha sido algo de drogas.

Andrea y Candela se miraron, esperaban que la otra dijera lo que ambas pensaban. La situación se volvió algo cómica, no hubo respuesta.

Candela sacó su paquete de tabaco y extrajo un cigarrillo, la nicotina calmaría los nervios, estaba nerviosa…

A sus 27 años, había intentado dejar de fumar un par de veces, pero no lo había conseguido. Le daba igual que cada cigarro le quitara cinco minutos de vida, total, no estaba interesada en vivir más de la cuenta.

- No deberías fumar tanto, vas a acabar con los pulmones negros.

- El color me da igual, nadie va a mirarlos. –Dio una calada al cigarrillo y miró a su alrededor.

- ¿Qué tal vas? –Andrea se mostraba siempre amable; era el primer trabajo de campo de Candela y sabía que la experiencia que sacara de aquí iba a ser la que valdría para toda la vida.

- Nerviosa. Es como si fuera el primer día de colegio. –Otra calada.

- Todo el mundo tiene la misma sensación, pero te aseguro que no va a ser difícil.

- Lo que no me explico –desviando por primera vez la atención del cigarro para dedicársela a Andrea–, ¿de qué os sirvo yo en la escena del crimen? –Volvió a dar una calada, esta vez larga, soltando el humo despacio.

- Tú eres la psiquiatra. Quiero que recojas los datos de la escena que puedan revelarte algo, que analices la opinión de la gente y, sobre todo, que hables con la chica.

- ¿Qué chica? –Preguntó Candela, acabando de rematar su cigarrillo y tirándolo al suelo.

- La que encontró el cadáver. Está muy nerviosa. Mira a ver qué puedes sacar en claro –Pisó la colilla de Candela para terminar de apagarla.

- Muy bien. ¿Dónde está?

- En el almacén; Juan está con ella.

- De acuerdo, pues entonces, vamos para allá. –Emprendió la marcha, pero a los pocos pasos volvió la mirada– Andrea, ¿vienes o no?

- No; adelántate tú. Esther está abajo con el cadáver, habla con ella; yo después te alcanzo. –Respondió sin mirarla a los ojos, tenía la mirada perdida en la fachada del edificio. – Prefiero mirar lo que hay fuera de la caja antes de abrirla. –Añadió.

Candela se encogió de hombros y susurró algo similar a un “como quieras”, que Andrea no llegó a oír. Se dio la vuelta y caminó cruzando la calle para llegar hasta el bar.

----- Capítulo III

Desde la acera opuesta, Andrea se dedicaba a mirar la fachada del edificio. Era un edificio antiguo, de fachada histórica, probablemente restaurada hace poco.

Sus grandes ojos verdes se clavaron ahora en el tejado. Estaba muy desmejorado, parecía que iba a caer en cualquier momento, el moho había asentado allí su imperio.

Amarillo-verdoso y desvencijado, esos eran sus principales adjetivos. Andrea paseó sus ojos por él. Tenía los andamios alrededor, no habían terminado de reformarlo.

Posó su mirada sobre la azotea, cuatro pisos más abajo había ocurrido un asesinato.

Tenía las manos frías, se las metió en el bolsillo y echó a andar. En el tejado había testigos mudos, las palomas, aquéllas que no salieron volando, las que fueron valientes y se quedaron allí.

Cruzó la calle con la vista fija en un nido que estaba en el andamio, eso indicaba que llevaban bastante tiempo de parada en las obras; le pareció extraño. Se acercó al joven moreno que esperaba cerca del precinto.

- Pablo, quiero que te encargues de pasarme todos lo datos sobre las obras del edificio, las recientes y las antiguas, en un margen de 1 o 2 años. Ah, y consigue también los datos de la fontanería, la electricidad, la estructura, planos originales y todo lo que puedas conseguir del edificio.

- Te los traeré en cuanto pueda. –Contestó el joven apuntando en una libreta.

- No, cuando puedas no, los quiero ya –La última palabra salió de la boca de Andrea despacio, entre dientes, pero con la seriedad de quien ve venir que las cosas se pueden poner feas si se tarda demasiado.

- Bueno, Andrea, es que ahora estoy… –intentó justificarse el muchacho.

- Me da igual lo que estés haciendo ahora, sea lo que sea. Lo que yo te diga es tu prioridad, así que deja de hacer el tonto y búscame lo que te he pedido. –Andrea interrumpió la justificación de Pablo produciendo un corte similar al que se produce en un dedo por acción de un folio, limpio.

- Pero…

- ¡Es una orden! –Sentenció Andrea con gesto severo. El joven suspiró y se fue a la tarea.