2 may 2012

La noche del ocaso




Del diario de Cassandra Rattengift; extracto nº30 (I)

“El tiempo es demasiado lento para aquellos que esperan... demasiado rápido para aquellos que temen.... demasiado largo para aquellos que sufren.... demasiado corto para aquellos que celebran... pero para aquellos que aman, el tiempo es eterno.”
Henry Van Dyke

La gente dice que el tiempo pasa rápido, que cuando quieres darte cuenta tienes ochenta años y tu vida se está yendo. La gente dice que hay que aprovecharlo, que más tarde te arrepientes de haberlo tirado. La gente dice que el tiempo es un parpadeo en el universo… Pero la gente se equivoca en eso, igual que se equivoca en todo.

Hoy he vivido los siete segundos más largos de toda mi vida. Los siete segundos más agónicos que habría podido imaginar. A veces la realidad supera a la ficción, o eso cuentan.

La noche estaba cerrada sobre nuestras cabezas. El único sonido perceptible era el traqueteo del tren, es curioso lo suave que parecía desde dentro. Alguna que otra partida de ajedrez, sin demasiado interés por mi parte, debo admitir. Sabía que Mark lo estaba haciendo por mí y, aún así, no fui capaz de dedicarle ni una sola palabra amable.
Me sermoneaba sobre la importancia de mi cargo, la responsabilidad que conlleva una primogenitura, la apremiante necesidad de sacar carácter que tengo. Una y otra vez sus picotazos impactaban contra un caparazón vacío. Yo no estaba allí.

Yo estaba en otros dos lugares:
El corazón en el hotel con Cecilia. Abrazado a ella, pequeño y enrojecido bajo sus dulces besos. Calentito entre sus manos. Sonriente, divertido, ilusionado. Aferrado a la esperanza, a la certeza de que las cosas sólo pueden ir a mejor, a la certeza de que todo es posible. Acogiéndose al derecho inalienable a la felicidad.

“Si tu peux le rêver, alors tu peux le faire”
(Si puedes soñarlo, puedes hacerlo)

El alma “en casa” con Alexandra. Pequeña y pálida bajo mi manto. Fría al tacto. Triste, gris, defraudada. Perdiéndose en el abandono, en la certeza de que las cosas sólo pueden ir a peor, en la certeza de que todo es un error. Acogiéndose al veneno de la dejadez.

“Froide est la douleur de croir que la chaleur ne reviendra à jamais”
(Frío es el dolor de pensar que el calor no volverá nunca)




De vuelta al mundo real, noto mi clavícula hacerse añicos bajo el peso del tren. Puedo sentir el instante exacto en el que cada uno de mis huesos se fragmenta. Mi carne se abre, ardiendo. Las ruedas de la máquina cercenan mi brazo. Arrancado de cuajo, atravesado mi hombro. El estridente sonido del tren queda relegado a un susurro bajo mis gritos. Las esquirlas de mi maltrecho sistema óseo saltan por los aires. Me reduzco a una masa ingente y sanguinolenta. Pronto mi pecho, mi cadera y mi pierna derecha sufren la misma suerte. El corazón contrito mientras la máquina me secciona célula a célula.

Durante siete segundos, el tren pasa a escasos cinco centímetros de mi cabeza. El viento espoleado por sus ruedas acaricia mi cara riéndose de mí. Amenazando en su cercanía. Toda mi vida y toda mi muerte pasan ante mis ojos a la misma velocidad que la locomotora. Mi propia voz resulta ensordecedora. Un último grito de dolor. Un último estertor con la última pisada de la máquina… Después el silencio. Y la agonía.

Decía Descartes que era imposible distinguir el sueño de la vigilia, razón número dos por la que dudar. Cuánta razón veo ahora en las palabras de mi paisano. Tirada de bruces en el suelo del túnel, con medio cuerpo desprendido, observo el techo… Y los segundos pasan como largas horas. No sé si estoy no-viva, si ya he muerto del todo… A instantes los ojos se me cierran, a instantes recupero la frágil conciencia. Ni siquiera intento arrastrarme, el mundo entero parece ir a cámara lenta. No me responde la pierna, ni el brazo. Ni siquiera los oídos parecen estar ahí. Las heridas me abrasan la poca carne que me queda. La cabeza se me va, la vista se nubla. El día amanece…

Cassandra Rattengift

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